En el segundo día lo dedicamos a visitar Meknes y Bolubis, para mí, y para todos con los que hablo del tour, un día de lo más decepcionante.
No es muy buena la foto, lo sé, pero es lo que tiene hacerla en cinco minutos y rodeada de gente queriendo hacer fotos. |
Al fondo la plaza El-Hedim, con un llamativo coche de caballos en la carretera. |
Allí mismo el guía nos pregunta si queremos entrar a ver el momento (unas ruinas de unas caballerizas y graneros), y nos dice, que si no lo vemos es como si no hubiésemos visto Meknes, así que con esa premisa la mayoría del grupo decide entrar, y pagar los 70 dirhams que cuesta la entrada, nuestra recomendación, no vale la pena, no por ese precio. Vemos las caballerizas, que es un lugar con un encanto romántico por eso de que se encuentra en ruinas, ya que el techo se cayó por el terremoto de Lisboa, pero nada más.
Subimos al autobús y pensábamos que veríamos la medina, pero no, nos llevan ante la puerta del mausoleo de Mulay Ismail el que hizo Meknes capital de Marruecos y que se casó con 500 mujeres, una de cada tribu, y famoso por ser un gran asesino de esclavos. No se puede visitar por encontrarse en obras.
Nos meten de nuevo en una tienda, en la que nos enseñan como se hace la artesanía típica de la ciudad, el damasquinado, objetos de metal con incrustaciones de hilos de plata. Y nos invitan a comprar. La mayoría de nosotros, ya cansados de este trato salimos y nos vamos a la tienda que está justo al lado, y allí compro estos pendientes y por fin regateo (toda una experiencia).
Nos meten de nuevo en una tienda, en la que nos enseñan como se hace la artesanía típica de la ciudad, el damasquinado, objetos de metal con incrustaciones de hilos de plata. Y nos invitan a comprar. La mayoría de nosotros, ya cansados de este trato salimos y nos vamos a la tienda que está justo al lado, y allí compro estos pendientes y por fin regateo (toda una experiencia).
Se acaba aquí la visita a Meknes, una pena hacer tantos kilómetros para no ver a penas nada. Y el colmo viene ahora, pues en vez de darnos tiempo libre para comer nos llevan a un restaurante de nuevo concertado, con un menú cerrado donde tenemos que pelear con el camarero para poder sentarnos juntos. La comida está buena, pero no es lo que nosotros queríamos hacer. Comemos, ensalada marroquí, tajine de pollo y ternera, con verdura y ciruelas, y fruta. Y para terminar un té. 130 dirhams por menú.
En la tarde visitamos Volubilis, unas ruinas romanas que nos sorprenden por su belleza y la conservación de algunos de sus mosaicos. De los monumentos solo quedan las columnas y la estructura, pero sí se mantiene el arco del triunfo, construido por el pueblo Beréber que habitaba la zona en agradecimiento a los romanos que fueron inteligentes y decidieron no hacerles pagar tributos seguramente para evitar las revueltas de este pueblo.
El nombre de esta ciudad romana se debía a las flores que abundan en la zona, una flor voluble que se abre durante el día y se cierra por la noche.
Desde estas ruinas, se puede ver el pueblo de Mulay Idris, conocido como el el camello, por la forma que dibuja en la montaña. Una pena no visitar tampoco este lugar que seguro que está lleno de encanto.
Por el camino, podemos admirar la maravillosa vega de esta zona de Marruecos, enormes extensiones de terreno dedicados a la agricultura, principal motor económico del país
De vuelta al hotel, nos dicen que tenemos que cenar a las siete y media, y que no nos retrasemos porque hay más grupos, y por supuesto, la comida la misma que los días anteriores. Mi hermana y yo decidimos que vamos a usar el tiempo de la cena para darnos una ducha y luego salir fuera. Los niños y el papá meriendan la comida del hotel, y de nuevo otro choque. La bebida no está incluida en la cena, así que hay que pagar 20 dirhjamas por una botella de agua o 15 dirhjamas por un refresco, ellos se sientan el camarero le pregunta qué quieren cenar y como le responden "ahora no, un momento", de forma airada le quitan los vasos de la mesa.
La cena fuera, en la que tomamos tres platos entre todos, y una botella de agua 120 dirhams. Otra curiosidad, cuando buscamos donde cenar nos encontramos que en todos bares están viendo un partido de la liga española, Barcelona/Real Sociedad.
Las ensaladas a base de verduras son muy típicas de Marruecos |
Esta salsa la añadimos a la verdura, como aliño, es muy picante. |
Kofta, una especie de albóndigas planas, de carne picada de cordero o ternera |
Cous cous de pollo y verdura. |
Antes de ir al hotel, encontramos un pub donde venden cerveza a los turistas, es una cerveza suave y está fría, 30 dirhjamas. Lo más divertido fue ver como el camarero al vernos pasar nos pregunta directamente ¿cerveza?, un reclamo total en un país como este.
Termina el día y nos vamos a la cama, pero de nuevo una sorpresa, son las once y se escucha el sonido de la oración de la mezquita que tenemos cerca, nos dormimos con el mantra del rezo.
El último día, es casi prácticamente día de carretera, volvemos a casa, unos 500 km de carretera hasta el barco. No madrugamos mucho, el autobús nos recoge a las ocho de la mañana, el tiempo en el camino es muy inestable, a ratos hace sol a ratos llueve, por suerte cuando paramos en Asilah, última parada en el camino, gracias a Dios o a Alá, no llueve nada. Llegamos ilusionados porque el guía nos ha dicho que hoy tendríamos el tiempo libre, pero todo se vuelve decepción, solo tenemos una hora y media para comer y visitar la medina.
Comemos muy rápido, gracias a que los chicos que nos atienden en el restaurante son muy comprensivos y amables y nos sacan la comida enseguida. Lo típico de aquí, ciudad costera, es lo mismo que cualquier lugar costero mediterráneo, el pescaíto frito. Comemos por 20€ tres raciones de pescado y una botella de agua.
Terminamos de comer, contamos con 45 min para conocer la medina, así que nos adentramos dentro de la muralla y nos encontramos un laberinto de calles estrechas pintadas de blanco, azul y verde, llenas de vida, con un montón de tiendas donde comprar recuerdos, y entre tienda y tienda varias galerías de arte, se nota el carácter cosmopolita de cualquier pueblo de costa acostumbrado a recibir turistas de todas partes.
Los 45 min se van en un suspiro, tenemos que volver al autobús. Una pena la organización de este viaje.
Los 45 min se van en un suspiro, tenemos que volver al autobús. Una pena la organización de este viaje.
Volvemos al barco, tenemos que hacer una cola de dos horas para que nos sellen el pasaporte, pero ya no es hemos acostumbrado al carácter marroquí. Nos llevamos muchas cosas de este viaje, a pesar de la mala organización hemos aprendido mucho del carácter de comerciante que llevan dentro todos los marroquís ("¡saca la pasta!" nos gritaba alegre uno de los comerciantes), la amabilidad y la muestra exagerada de los sentimientos, sobre todo cuando se enfadan. Vimos chicas con burka, con velo, con la cabeza descubierta, lo que demuestra cierta tolerancia hacia las mujeres, pero los bares llenos de hombres y ninguna mujer. La presencia de la imagen del rey por todas partes. La enorme desigualdad del país (castillos de 80 hectáreas y sueldos de 400€, junto a niños pidiendo en la calle) Pero también hemos aprendido sobre el comportamiento de los españoles, que no damos propinas, que nos enfadamos por no coger el autobús los primeros o algunos por no querer compartir mesa, y quizás sobre nuestra mirada de superioridad y autosuficiencia, creyendo que vivimos un mundo mejor, y quizás tan solo sea diferente.
Seguro que volveremos a este país, nos ha fascinado, y tiene muchos más rincones que mostrar, eso sí, sin contratar ningún tour.Si quieres saber más de nuestro viaje a Marruecos pincha aquí: